Reflexión de un Viernes Santo

«Mi alma tiene sed del Cristo vivo…»

Luis A. Pineda R.

Tenemos muchas cosas, ¿pero realmente tenemos lo que debemos tener?, ¿lo que tenemos realmente llena el vacío insaciable de nuestras almas? El problema radica en que paradójicamente, mientras más nos llenamos de cosas, menos felices nos sentimos. Somos como el personaje de la fábula que teniendo 99 monedas de oro no es feliz hasta conseguir la número 100. Y pienso que no está mal aspirar a adquirir bienes y tiempo, amor y viajes, logros académicos y profesionales, ¿pero es suficiente?, ¿al final del día nos podemos sentir realmente satisfechos?, ¿o es como cuando comemos una buena comida para tener hambre a las dos o tres horas? A mi parecer, la respuesta es honestamente un no, ya que ningún bien material ni inmaterial puede llenar plenamente el alma, puesto que no estamos buscando aquel bien que lo llena todo en todo: Dios, nuestro Bien Supremo.

El problema del alma insaciable en la vida cotidiana

Buscar la plena complacencia en los bienes materiales e inmateriales es como tomar agua. Tienes sed, entonces, buscas el vaso de agua y te lo bebes; más aún, a veces tomamos más de un vaso de agua, pero aunque estés en un lugar frío y no tengas actividad alguna, tarde o temprano te volverá a dar sed. Entonces, repites el proceso: tienes sed, buscas el vaso de agua… Un ciclo infinito, similar a la condena de Sísifo cargando la pesada piedra hasta llegar casi a la cima de la loma para que esta vuelva a caer y hacer lo mismo todos los días de la vida.

Sísifo cargando la piedra

Te esfuerzas, por ejemplo, para ganar tiempo libre para dedicarte a otras cosas que te gustan más o que realmente amas, pero luego, puedes llegar a tener tanto tiempo libre que no sabes qué hacer con él y lo desperdicias pasando horas y horas en un videojuego, o Instagram, o en Youtube, mirando y jugando. Levantas la cabeza, y el sol se ha ocultado, y ya es la noche: se te fue el tiempo libre, el cual no podrás recuperar más.

Y eso que no he mencionado el asunto del trabajo, la búsqueda de ganar más dinero, la persecución de alto rendimiento físico y académico y otras actividades que son buenas, pero que, en sí mismas, no logran quitar la sed del alma en la vida normal de un ser humano normal en el normal tránsito de la Tierra alrededor de su sol normal en una galaxia normal. La sed no se calma y tarde o temprano, buscas el vaso de agua y te lo bebes… No creo ser el único que ha experimentado esto.

La inútil búsqueda que solo trae alienación y más dolor

Entonces, tratas de encontrar el origen de que en las noches, al final del día, ya no tengas la euforia de los logros alcanzados en el día o que después de despertar del cansancio de un día lleno de muchas actividades, no puedas evitar hacerte la pregunta: «¿De nuevo?».

Así, obtienes un logro en tu trabajo y recibes muchas felicitaciones. Después, logras algo más y obtienes otras felicitaciones. Y después de lograr muchas cosas, ya las felicitaciones no tienen efecto sobre ti, ya sea porque estás tan arriba en las nubes que el ego impide oír las voces de los que se desprenden de sus alabanzas, o porque estás tan abajo bajo en el lodo de la melancolía más profunda de reconocer que, por más que te esfuerces por lograr cosas, no encuentras plena satisfacción.

Como decía el Predicador (Cohélet) de Eclesiastés: «todo esto trae más dolor». El dolor cuando eres derribado de la cúspide de tu ego y te chocas con el piso de este mundo o el dolor que viene con la melancolía como si de una oferta de «Llévate 2×1» se tratase. Por ende, tu único remedio es hundirte más y más en la rutina para buscar la plena complacencia del alma y, cuando crees haber encontrado la caja, la abres y hay cantidades enormes de absolutamente nada. Tiras la caja y repites el proceso…

Cristo: el don más preciado de Dios para saciar plenamente nuestras almas

Sin embargo, a mi juicio, solo Dios es el Bien Supremo que puede calmar la insaciable sed que tenemos. Un bien tiene muchas definiciones, pero traeré a colación la siguiente, según el Diccionario de la Lengua Española (DLE): «todo aquello que es apto para satisfacer, directa o indirectamente, una necesidad humana». Ahora, ¿qué significa «supremo»? También tiene varias definiciones, pero la que mejor se adapta a lo que trato de explicar es: «Que no tiene superior en su línea». Así, cuando digo, junto con muchos autores, que Dios es mi Bien Supremo, quiero decir que Dios es el único apto para satisfacer, directa o indirectamente, todas mis necesidades porque no existe algo superior a Él.

Y Dios, conociendo la enorme distancia que hay entre Él y nosotros, en Su buena voluntad envió a Su Hijo, Jesucristo, el don más preciado. Jesucristo es el agua que brota de la cisterna que Dios ha cavado para calmar mi insaciable sed, una cisterna que siempre tiene agua porque no está rota (La Biblia, Jeremías 2:13). Entonces, mi tiempo se vuelve valioso porque cada movimiento del espacio hacia adelante en el futuro es para la gloria de Dios en Cristo.

A la cisterna de Dios nunca le faltará el agua

Y ya no tengo que llevar esa pesada piedra hacia la cima de la loma porque Jesucristo la cargó y la logró llevar hasta la cúspide. Y, como decía el rey Ezequías: «a ti agradó librar mi vida del sepulcro porque llevaste en tu espalda todos mis pecados» (La Biblia, Isaías 38:17). Como decía Cervantes: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida». Y añado: ese don precioso y supremo es Cristo, el Hijo de Dios, que nos ha sido dado por Dios para la salvación y llenura de nuestras almas.

Mas también, Jesucristo es el Bien Supremo porque solo con Él todas las cosas cobran sentido verdadero. Todo fue creado «por medio de Él y para Él» (La Biblia, Colosenses 1:16-17). Tienes trabajo gracias a Él, tienes salud gracias a Él, tienes éxito en las metas que emprendas gracias a Él; cuando tropiezas, pero no te caes es gracias a Él. Entiendes que la galaxia en la que vives no se rompe en mil pedazos porque Él la sostiene, y que la Tierra sigue en la posición correcta respecto al Sol gracias a Jesucristo, y que cada partícula subatómica que compone la materia del universo y cada hebra de energía vibra a la melodía entonada con Sus manos.

Entonces, tienes sed, buscas el vaso de agua, te tomas el primer trago, cierras los ojos y dices: «gracias, Cristo, por este vaso de agua». Y aunque a la hora vuelvas a tener sed, no importa, porque la insaciable sed del alma habrá sido llena, ya que hay un tesoro, ya sea en lo más hondo de los circuitos de la mente o en los hilos más finos de las entretelas del corazón, el Bien Supremo: Jesucristo, y en Jesucristo, Dios.

¡Denme más de Cristo o me muero!

Viernes Santo, 7 de abril de 2023

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