La musa

El ser incapaz de escribir de cosas que no necesiten un rigor investigativo o científico, plantea la necesidad de una musa, verdaderamente, puesto que las lecturas y las discusiones se han vuelto intelectuales eminentemente.

Las neuronas que saben de matemáticas y de lógica están sentadas haciendo su trabajo, espectacular como siempre, de tratar de entender el orden del mundo (no obstante, la entropía) y de analizar la curvatura del espacio-tiempo. Es increíble admitir que se ha llegado a un punto en el que las emociones y los sentimientos han sido reemplazados por las fórmulas de la relatividad, de la gravedad y los conceptos de la mecánica cuántica. Entonces, uno se pregunta ¿por qué se percibe pero no se siente? O ¿por qué se existe pero no se vive?

Entonces, es allí cuando me doy cuenta de tu presencia. Tú, mujer, que me llevas de la mano y me haces caminar por las laderas de tus montañas, bajo la opacada luz del sol, consecuencia de la neblina de misterio que reposa sobre tus laderas.

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Tú, mujer, que cuando recorro tus senderos escondidos puedo sentir el dulce aroma de la flor de tu belleza, en medio del verdor de tus hojas y del dulce cantar de los pájaros que, encantados, han decidido hacer su hogar en ti. Y ¡qué decir de la lluvia que cae del cielo y hace que el verde sea más verde, y que yo, siendo feliz, sea más feliz!

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Por ti, mis neuronas bailan, bailan al son de tu música, de la melodía de tus dulces labios y del néctar de tus hermosos colores, y belleza, y misterio. Me da un poco de vergüenza confesarte que te contemplo desde lejos, para apreciar tu inefable belleza en todo su esplendor. No obstante, sé que tú sabes que yo te estoy viendo y, por eso, intentas seducirme con tu vibrante movimiento y haciendo que tu vestido de esmeralda acentúe tus formas hermosas.

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Y en las noches, tus frescas y tiernas manos me acarician por el rostro y yo no soy capaz de decirte que «no», o resistirme al encanto de tu dulce voz arruyándome, como a un niño. Así, mientras te contemplo y percibo tu mirada inefable sobre mí, bajo la luz de las estrellas o a la luz de las luciérnagas, caigo dormido en tus brazos… y te vuelvo a ver, pero ahora, en mis sueños.

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Sin embargo, inexorablemente, ha llegado el momento de despedirme de ti, mujer, con un beso, con un beso en tus ardientes labios, con un beso tierno y sincero, con un beso casi eterno, ralentizado por la enorme gravedad de tu belleza que hace que el instante en el que estoy contigo sea casi eterno.

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Y, por eso… el ser incapaz de escribir de cosas que no necesiten un rigor investigativo o científico, plantea la necesidad de una musa… y la musa eres tú…

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